Marcos Fidel Barrera Morales
A Leo Zaibert
Desconfiar de lo que se ve, se escucha, se siente... Exigencia cartesiana (foto MFBM) |
A fin de descubrir un camino que de manera indubitable
y segura lo condujese al descubrimiento de la verdad, tal y como lo registró en
la primera de sus seis reflexiones contenidas en Meditaciones metafísicas (2005; 2003), Descartes propuso deshacerse
de todas las opiniones que sobre cualquier cosa pudiera haber tenido
anteriormente, pues estaba convencido de que desde temprana edad “había
admitido como verdaderas una cantidad de opiniones falsas y que lo que después
había fundado sobre principios tan poco seguros no podía ser sino muy dudoso e
incierto” (Descartes, 2003: 216). En consecuencia, resolvió drásticamente
cuestionar toda creencia, toda realidad, todo conocimiento, para sólo admitir
como verdadero lo admisible por la contundencia de su veracidad. “Bastará [insistió]
el menor motivo de duda que yo encuentre para hacer que las rechace a todas” (Descartes,
2003: 217). -Siga leyendo-
Pueden
engañar los sentidos
Basado en su propósito comenzó por cuestionar todo
conocimiento venido de la experiencia, del ámbito sensorial, por considerar que
los sentidos son fuente de engaño pues no pocas veces cualquier persona puede
creer algo, y así darlo por hecho, cuando simplemente lo que admite creer es
producto de una percepción falsa. También advirtió sobre la necesidad de
desconfiar de los sueños ya que los mismos en oportunidades tienden a
confundirse con la experiencia que nace del estar despiertos -cuándo una cosa
concluye y cuándo la otra comienza-, por lo que es común la confusión y el
engaño. Para él, todo conocimiento derivado de estos estados de sueño y de
vigilia debe descartarse por lo
incierto de su origen y por la incertidumbre en cuanto a la veracidad del
mismo. “No existen indicios concluyentes
ni señales lo bastante ciertas [admitió] por medio de las cuales pueda
distinguir con nitidez la vigilia del sueño, que me siento realmente asombrado;
y mi asombro es tal que casi llega a convencerme de que duermo” (Descartes, op. cit: 218).
Un
genio maligno
Luego de desdeñar los sentidos como fuente de
conocimiento, acudió al reconocimiento de la existencia de “un Dios que lo
puede todo y por el cual he sido creado y producido tal como soy” (op. cit: 219). Sin embargo, para ser
consecuente con el propósito de descartar lo que presentara alguna duda, y en
este caso basándose más en las dudas de otros, pues según lo expresó, “habrá
tal vez aquí personas que preferirán negar la existencia de un Dios tan
poderoso antes que creer que todas las demás cosas son inciertas” (op. cit: 220), decidió aceptar “que
existe, no por cierto, un verdadero Dios, que es la soberana fuente de verdad,
sino cierto genio maligno, tan astuto y engañador como poderoso, que ha
empleado toda su habilidad para engañarme” (op.
cit: 221). De esta forma, dio vida a una criatura todopoderosa dedicada al
engaño como también a confundir a unos y otros, cosa que lo llevó a admitir, a
su vez, que la experiencia y el conocimiento pudieran ser ilusiones creadas por
el engañador para sus fines de engañar. Nada de esto fiable, en su método, por
supuesto.
Dios,
si existe, ¿engaña?
Pero Descartes, considerando la tendencia del supuesto
genio maligno de engañar, descartó la posibilidad de existencia del engañador,
cuando en el desarrollo de su razonamiento reconoció que tal engañador no podía
existir pues, si existiese, nunca podría engañarlo sobre su pensamiento y su
capacidad de pensar, ya que si algo había
de cierto es que su pensamiento ocurría, que el cogito existía y el pensante acusaba recibo de existencia, y
esto no era engaño, era claro y distinto, certeza y verdad. De ahí su famosa
advertencia: Pienso, luego soy (op. cit.).
Para dar este paso, Descartes había establecido
premisas a partir de las cuales podía desembocar el intelecto hacia el
conocimiento, tales como que “todas las cosas que concebimos clara y
distintamente son verdaderas” (op. cit:
234) -y es claro y distinto todo aquello que se presenta
al intelecto, sin duda-; además, que todo efecto tiene su causa y la causa es
mayor y mejor que el efecto producido.
Estos aspectos fueron determinantes cuando inquirió
sobre la mente, sobre el pensamiento, sobre la capacidad de pensar y las ideas.
Aceptó que las ideas corresponden a una naturaleza superior, pues una naturaleza
inferior con deficiencias, como la humana, no puede contener ni tener más
realidad objetiva que la idea. Pero como toda realidad superior tiene a su vez
una realidad más superior a aquella que la contiene, como también que la
origina, entonces, la idea de Dios sólo puede provenir de una realidad objetiva
capaz de soportarla, razonamiento este que lo condujo a aceptar que Dios
existe: sólo Dios, que es infinito, puede en el humano, que es un ser finito,
proveer el conocimiento suficiente ya que, “¿cómo sería posible que yo pudiera
conocer que dudo y que deseo, es decir que me falta algo y que no soy
completamente perfecto, si no tuviera en mí alguna idea de un ser más perfecto
que yo, en comparación con el cual conociera los defectos de mi naturaleza?” (op. cit: 244). Y aclaró: “Bajo el nombre
de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente,
omnisciente, todopoderosa, y por la cual yo mismo y todas las demás cosas
existen, han sido creadas y producidas” (op.
cit: 245).
Inconsistencias
Varias aparentes inconsistencias se pueden aducir a la
argumentación cartesiana, como también diferentes son los aciertos que precisan
el carácter de su propuesta. El primer logro estriba en el reconocimiento de la
capacidad pensante, de la existencia del cogito, existencia esta capaz de
ubicar al humano en un plano eminentemente racional, trascendente, superior a
la naturaleza material y corpórea. Sin embargo, esta particularidad, condición o facultad no es la única y exclusiva porque, si bien existe una capacidad permanente
para la reflexión y a través del ejercicio del pensamiento se adquiere
conocimiento, también integran la naturaleza humana otras facultades,
manifestaciones propias de su condición, como lo son la corporeidad, la praxis
de perfección, permanente, la voluntad -entendida, si se quiere, como
capacidad, como expresión permanente a través de la acción, incluso como idea que
conlleva a la acción-, y muchas más manifestaciones que desde el punto de vista
de otras comprensiones bien pueden constituir evidencia y prueba de existencia,
como también principio de verdad.
Teniendo presente el raciocinio cartesiano es preciso
señalar que las manifestaciones de cualquier naturaleza permiten comprender la
naturaleza en cuestión, más sin embargo una o varias o la totalidad de dichas
manifestaciones no representan la naturaleza íntegra, ya que esto constituiría
una forma de reduccionismo al querer aprehender un todo (holos) por sus partes
o por sus manifestaciones. En este caso, si bien es aceptada y reconocida la
facultad pensante del ser humano, cosa que la hace clara y distinta,
también pudieran estar presentes otras manifestaciones que bien pueden ser
distintivas, incluso con razonamientos hechos bajo el amparo de otras
teorizaciones, y esto no daría tampoco licencia para afirmar que una u otra
característica y manifestación pudiera ser la única, la suficiente para
explicar la razón de ser de una determinada naturaleza, como tampoco que pudiera
ser expuesta como la base y la fundamentación teórica de cualquier doctrina y corriente
de pensamiento que pretendiese resolver el dilema de lo existencial por vía de
dichas afirmaciones.
Lo anterior, indudablemente tiene relación con la
confusión de órdenes y de categorías -que suele ocurrir en este tipo de
reflexiones cuando, por ejemplo, se transmutan lo ideal y lo real, lo
epistémico y lo ontológico, la causa y los efectos-. De igual manera, la siempre
probable sinécdoque, presente en las reflexiones que desde la particularidad
–en el caso cartesiano, la reflexión antropológica, el cógito-, pretende dar
cuenta, sino de la totalidad, por lo menos de la generalidad.
Divina
racionalidad
Cuando indaga sobre el contenido del pensamiento, sobre
la naturaleza de las ideas, Descartes justifica las mismas sobre la supuesta
existencia de la divinidad, reconociendo en Dios la suprema fuente de ideas,
pues la existencia de Dios, en el planteamiento suyo, gira en torno al
pensamiento. Dios sólo puede pensar; si actuara, tendría que hacerlo dentro de
una realidad superior a él y en consecuencia, estaría contenido por ella y si
esto sucediera no sería el Dios supremo y poderoso. En consecuencia, sólo
existe Dios como pensamiento y, desde esa perspectiva, como origen del
conocimiento, como idea suprema de todas las cosas.
La reflexión cartesiana ocurre en la inmanencia, permanece
dentro de su capacidad abstractiva, inteligible, y las conclusiones que de este
proceso dimanan ocurren en la misma
perspectiva. En consecuencia, no existe un puente, una vía comunicacional entre
su inmanencia, entre el cogito humano y una divinidad producto de dicha
inmanencia, por lo que reduce el análisis cartesiano a un proceso de
ensimismamiento intelectual que lo único que prueba es que el pensamiento sigue
existiendo, y que el existo tiene
más contenido objetivo con respecto a la existencia del cogito, que a la
existencia de una divinidad e, incluso, a la existencia de quien piensa, ya
que esta posibilidad de existencia no fue probada del todo.
Sin embargo, el problema no concluye ahí. Una aparente contradicción
de fondo se presenta en Las Meditaciones
al aceptar Descartes que una realidad inferior no pueda originar a una
superior, como tampoco contenerla. En consecuencia, se ha de rechazar de plano
la posibilidad siquiera de pensar a Dios o de desarrollar cognitivamente la
idea de Dios ya que al aceptar a Dios como sustancia infinita, omnisciente,
inmutable, se le ubica en un plano
imposible de ser comprendido por medios cartesianos ya que la naturaleza
inferior del ser humano así se lo impide. Entonces, ¿cómo aprehender y, a su vez, comprender con medios finitos, limitados y deficientes, una realidad suprema,
infinita y perfecta? La inteligencia estaría fuera de la posibilidad de
aprehender a la fuente fundamental suya: Dios. Visto así, la divinidad se
constituye en un absurdo y si el absurdo tiene cabida en el cogito, entonces,
el absurdo, basados en el principio de causa y efecto, daría origen a la misma
divinidad. Por eso, a lo único cierto que conducen reflexiones es que el
pensamiento -indistintamente de Dios-, existe. Ahora bien, que la esencia de
Dios sea el pensar, estaría por demostrarse, pues ¡el pensamiento estaría vedado
para descubrirlo!
El proceso cartesiano es circular pues en todo momento
ocurre en la inmanencia, y cuando Descartes pretende salir de ella abunda en el
cogito. Este mismo proceso también afecta el propósito de Descartes de
descubrir una verdad: si la verdad es una realidad, así sea conceptual,
provista de una realidad objetiva superior a la realidad capaz de percibir esa
existencia, entonces, ese ser que intelige
la verdad es incapaz de aprehenderla por suyo propio y, de hacerlo, estaría
reduciendo la verdad a una manera de ver dicha verdad, o a la apreciación de un
fragmento de la misma, sin ser nunca la verdad buscada; de lo contrario, necesariamente
se conduciría al error, ya que, de acuerdo al enunciado cartesiano, el efecto
no puede contener a la causa por ser el efecto inferior en calidad, cantidad,
realidad y existencia, al motivo que la produce.
El objetivo de Las
Meditaciones se traduciría en la aceptación tácita de una verdad excelsa:
que pienso, que el cogito existe (y por esta existencia se puede inferir que el
existente del existente, en este caso el humano, también existe); además, el
objetivo de estas reflexiones se tradujo en la elaboración de un complejo
proceso conceptual de naturaleza subjetiva, mediante el cual el humano
justifica su propia inmanencia y dentro de ella concibe el mundo según verdades
claras y distintas que a la luz de la razón se presenten inteligibles, convirtiéndose
de esta manera en algo cierto y, en consecuencia, verdadero. En breves palabras,
subjetivismo puro racionalista. Esto, sin hacer referencia a la concepción
antropológica dualista que subyace en la posición cartesiana, determinante en
el proceso de análisis hacia el propósito que este filósofo francés promovió.
Por otra parte, una grave formulación contiene el
postulado cartesiano: el pensamiento existe como comprobación de una verdad y
una sabiduría que provienen de una realidad objetiva que la produce: Dios. Sin
embargo Dios, como pensamiento puro,
inmóvil, sólo se expresa, se mueve, en la medida que lo hace quien lo
aprehende, esto es, el cogito. El pensamiento aprehendido sólo tiene razón
de ser en la medida que se constituye en movimiento de ese pensamiento supremo
que requiere del movimiento del aprehensor para pensar. Y si todos los caminos del pensamiento
conducen necesariamente a Dios -determinismo histórico, pensamiento puro
estático-, ¿qué sentido tiene el pensamiento?
¿Que Dios actúe?
¡Pensar!
...Pensar, ¿qué? Pensar, ¿a quién? Pensar el Pensamiento pensable, es decir, Dios. Pensar
lo pensado, lo único realmente cierto y verdadero. Y en este sentido, ¿cuál
sería el aporte a la Modernidad cuando la cultura europea apenas salía de la
visión oscurantista y teológica del medioevo, asfixiada por una cosmovisión de
interpretación teológica, dogmática, que todo lo centraba en Él? ¿Un solipsismo
limitado por Dios? ¿Un bloqueo a toda otra indagación filosófica? ¿Otra razón más
para la muerte de Dios?
Consultas
Descartes,
Renato:
1978.
Discurso del Método. Buenos Aires:
Emlacomex.
2003.
Meditaciones metafísicas. Buenos
Aires: Charcas.
2005. Meditaciones metafísicas. Trad. Peña García, Vidal. KRK Madrid: Oviedo.
Vallota,
Alfredo. 2000. Textos. Preliminar cartesiano.
Caracas: Instituto Internacional de Estudios Avanzados.
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