martes, julio 01, 2014

Meditaciones cartesianas

Marcos Fidel Barrera Morales

A Leo Zaibert

Desconfiar de lo que se ve, se escucha, se
siente... Exigencia cartesiana (foto MFBM)
A fin de descubrir un camino que de manera indubitable y segura lo condujese al descubrimiento de la verdad, tal y como lo registró en la primera de sus seis reflexiones contenidas en Meditaciones metafísicas (2005; 2003), Descartes propuso deshacerse de todas las opiniones que sobre cualquier cosa pudiera haber tenido anteriormente, pues estaba convencido de que desde temprana edad “había admitido como verdaderas una cantidad de opiniones falsas y que lo que después había fundado sobre principios tan poco seguros no podía ser sino muy dudoso e incierto” (Descartes, 2003: 216). En consecuencia, resolvió drásticamente cuestionar toda creencia, toda realidad, todo conocimiento, para sólo admitir como verdadero lo admisible por la contundencia de su veracidad. “Bastará [insistió] el menor motivo de duda que yo encuentre para hacer que las rechace a todas” (Descartes, 2003: 217). -Siga leyendo-


Pueden engañar los sentidos
Basado en su propósito comenzó por cuestionar todo conocimiento venido de la experiencia, del ámbito sensorial, por considerar que los sentidos son fuente de engaño pues no pocas veces cualquier persona puede creer algo, y así darlo por hecho, cuando simplemente lo que admite creer es producto de una percepción falsa. También advirtió sobre la necesidad de desconfiar de los sueños ya que los mismos en oportunidades tienden a confundirse con la experiencia que nace del estar despiertos -cuándo una cosa concluye y cuándo la otra comienza-, por lo que es común la confusión y el engaño. Para él, todo conocimiento derivado de estos estados de sueño y de vigilia debe descartarse por lo incierto de su origen y por la incertidumbre en cuanto a la veracidad del mismo.  “No existen indicios concluyentes ni señales lo bastante ciertas [admitió] por medio de las cuales pueda distinguir con nitidez la vigilia del sueño, que me siento realmente asombrado; y mi asombro es tal que casi llega a convencerme de que duermo” (Descartes, op. cit: 218). 
        
Un genio maligno
Luego de desdeñar los sentidos como fuente de conocimiento, acudió al reconocimiento de la existencia de “un Dios que lo puede todo y por el cual he sido creado y producido tal como soy” (op. cit: 219). Sin embargo, para ser consecuente con el propósito de descartar lo que presentara alguna duda, y en este caso basándose más en las dudas de otros, pues según lo expresó, “habrá tal vez aquí personas que preferirán negar la existencia de un Dios tan poderoso antes que creer que todas las demás cosas son inciertas” (op. cit: 220), decidió aceptar “que existe, no por cierto, un verdadero Dios, que es la soberana fuente de verdad, sino cierto genio maligno, tan astuto y engañador como poderoso, que ha empleado toda su habilidad para engañarme” (op. cit: 221). De esta forma, dio vida a una criatura todopoderosa dedicada al engaño como también a confundir a unos y otros, cosa que lo llevó a admitir, a su vez, que la experiencia y el conocimiento pudieran ser ilusiones creadas por el engañador para sus fines de engañar. Nada de esto fiable, en su método, por supuesto.

Dios, si existe, ¿engaña?
Pero Descartes, considerando la tendencia del supuesto genio maligno de engañar, descartó la posibilidad de existencia del engañador, cuando en el desarrollo de su razonamiento reconoció que tal engañador no podía existir pues, si existiese, nunca podría engañarlo sobre su pensamiento y su capacidad de pensar, ya que si algo había de cierto es que su pensamiento ocurría, que el cogito existía y el pensante acusaba recibo de existencia, y esto no era engaño, era claro y distinto, certeza y verdad. De ahí su famosa advertencia: Pienso, luego soy (op. cit.).
Para dar este paso, Descartes había establecido premisas a partir de las cuales podía desembocar el intelecto hacia el conocimiento, tales como que “todas las cosas que concebimos clara y distintamente son verdaderas” (op. cit: 234) -y es claro y distinto todo aquello que se presenta al intelecto, sin duda-; además, que todo efecto tiene su causa y la causa es mayor y mejor que el efecto producido.
Estos aspectos fueron determinantes cuando inquirió sobre la mente, sobre el pensamiento, sobre la capacidad de pensar y las ideas. Aceptó que las ideas corresponden a una naturaleza superior, pues una naturaleza inferior con deficiencias, como la humana, no puede contener ni tener más realidad objetiva que la idea. Pero como toda realidad superior tiene a su vez una realidad más superior a aquella que la contiene, como también que la origina, entonces, la idea de Dios sólo puede provenir de una realidad objetiva capaz de soportarla, razonamiento este que lo condujo a aceptar que Dios existe: sólo Dios, que es infinito, puede en el humano, que es un ser finito, proveer el conocimiento suficiente ya que, “¿cómo sería posible que yo pudiera conocer que dudo y que deseo, es decir que me falta algo y que no soy completamente perfecto, si no tuviera en mí alguna idea de un ser más perfecto que yo, en comparación con el cual conociera los defectos de mi naturaleza?” (op. cit: 244). Y aclaró: “Bajo el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, todopoderosa, y por la cual yo mismo y todas las demás cosas existen, han sido creadas y producidas” (op. cit: 245).

Inconsistencias
Varias aparentes inconsistencias se pueden aducir a la argumentación cartesiana, como también diferentes son los aciertos que precisan el carácter de su propuesta. El primer logro estriba en el reconocimiento de la capacidad pensante, de la existencia del cogito, existencia esta capaz de ubicar al humano en un plano eminentemente racional, trascendente, superior a la naturaleza material y corpórea. Sin embargo, esta particularidad, condición o facultad no es la única y exclusiva porque, si bien existe una capacidad permanente para la reflexión y a través del ejercicio del pensamiento se adquiere conocimiento, también integran la naturaleza humana otras facultades, manifestaciones propias de su condición, como lo son la corporeidad, la praxis de perfección, permanente, la voluntad -entendida, si se quiere, como capacidad, como expresión permanente a través de la acción, incluso como idea que conlleva a la acción-, y muchas más manifestaciones que desde el punto de vista de otras comprensiones bien pueden constituir evidencia y prueba de existencia, como también principio de verdad.
Teniendo presente el raciocinio cartesiano es preciso señalar que las manifestaciones de cualquier naturaleza permiten comprender la naturaleza en cuestión, más sin embargo una o varias o la totalidad de dichas manifestaciones no representan la naturaleza íntegra, ya que esto constituiría una forma de reduccionismo al querer aprehender un todo (holos) por sus partes o por sus manifestaciones. En este caso, si bien es aceptada y reconocida la facultad pensante del ser humano, cosa que la hace clara y distinta, también pudieran estar presentes otras manifestaciones que bien pueden ser distintivas, incluso con razonamientos hechos bajo el amparo de otras teorizaciones, y esto no daría tampoco licencia para afirmar que una u otra característica y manifestación pudiera ser la única, la suficiente para explicar la razón de ser de una determinada naturaleza, como tampoco que pudiera ser expuesta como la base y la fundamentación teórica de cualquier doctrina y corriente de pensamiento que pretendiese resolver el dilema de lo existencial por vía de dichas afirmaciones.
Lo anterior, indudablemente tiene relación con la confusión de órdenes y de categorías -que suele ocurrir en este tipo de reflexiones cuando, por ejemplo, se transmutan lo ideal y lo real, lo epistémico y lo ontológico, la causa y los efectos-. De igual manera, la siempre probable sinécdoque, presente en las reflexiones que desde la particularidad –en el caso cartesiano, la reflexión antropológica, el cógito-, pretende dar cuenta, sino de la totalidad, por lo menos de la generalidad.

Divina racionalidad
Cuando indaga sobre el contenido del pensamiento, sobre la naturaleza de las ideas, Descartes justifica las mismas sobre la supuesta existencia de la divinidad, reconociendo en Dios la suprema fuente de ideas, pues la existencia de Dios, en el planteamiento suyo, gira en torno al pensamiento. Dios sólo puede pensar; si actuara, tendría que hacerlo dentro de una realidad superior a él y en consecuencia, estaría contenido por ella y si esto sucediera no sería el Dios supremo y poderoso. En consecuencia, sólo existe Dios como pensamiento y, desde esa perspectiva, como origen del conocimiento, como idea suprema de todas las cosas.
La reflexión cartesiana ocurre en la inmanencia, permanece dentro de su capacidad abstractiva, inteligible, y las conclusiones que de este proceso dimanan ocurren en la  misma perspectiva. En consecuencia, no existe un puente, una vía comunicacional entre su inmanencia, entre el cogito humano y una divinidad producto de dicha inmanencia, por lo que reduce el análisis cartesiano a un proceso de ensimismamiento intelectual que lo único que prueba es que el pensamiento sigue existiendo, y que el existo tiene más contenido objetivo con respecto a la existencia del cogito, que a la existencia de una divinidad e, incluso, a la existencia de quien piensa, ya que esta posibilidad de existencia no fue probada del todo.
Sin embargo, el problema no concluye ahí. Una aparente contradicción de fondo se presenta en Las Meditaciones al aceptar Descartes que una realidad inferior no pueda originar a una superior, como tampoco contenerla. En consecuencia, se ha de rechazar de plano la posibilidad siquiera de pensar a Dios o de desarrollar cognitivamente la idea de Dios ya que al aceptar a Dios como sustancia infinita, omnisciente, inmutable, se  le ubica en un plano imposible de ser comprendido por medios cartesianos ya que la naturaleza inferior del ser humano así se lo impide. Entonces, ¿cómo aprehender y, a su vez, comprender con medios finitos, limitados y deficientes, una realidad suprema, infinita y perfecta? La inteligencia estaría fuera de la posibilidad de aprehender a la fuente fundamental suya: Dios. Visto así, la divinidad se constituye en un absurdo y si el absurdo tiene cabida en el cogito, entonces, el absurdo, basados en el principio de causa y efecto, daría origen a la misma divinidad. Por eso, a lo único cierto que conducen reflexiones es que el pensamiento -indistintamente de Dios-, existe. Ahora bien, que la esencia de Dios sea el pensar, estaría por demostrarse, pues ¡el pensamiento estaría vedado para descubrirlo!
El proceso cartesiano es circular pues en todo momento ocurre en la inmanencia, y cuando Descartes pretende salir de ella abunda en el cogito. Este mismo proceso también afecta el propósito de Descartes de descubrir una verdad: si la verdad es una realidad, así sea conceptual, provista de una realidad objetiva superior a la realidad capaz de percibir esa existencia, entonces, ese ser que intelige la verdad es incapaz de aprehenderla por suyo propio y, de hacerlo, estaría reduciendo la verdad a una manera de ver dicha verdad, o a la apreciación de un fragmento de la misma, sin ser nunca la verdad buscada; de lo contrario, necesariamente se conduciría al error, ya que, de acuerdo al enunciado cartesiano, el efecto no puede contener a la causa por ser el efecto inferior en calidad, cantidad, realidad y existencia, al motivo que la produce.
El objetivo de Las Meditaciones se traduciría en la aceptación tácita de una verdad excelsa: que pienso, que el cogito existe (y por esta existencia se puede inferir que el existente del existente, en este caso el humano, también existe); además, el objetivo de estas reflexiones se tradujo en la elaboración de un complejo proceso conceptual de naturaleza subjetiva, mediante el cual el humano justifica su propia inmanencia y dentro de ella concibe el mundo según verdades claras y distintas que a la luz de la razón se presenten inteligibles, convirtiéndose de esta manera en algo cierto y, en consecuencia, verdadero. En breves palabras, subjetivismo puro racionalista. Esto, sin hacer referencia a la concepción antropológica dualista que subyace en la posición cartesiana, determinante en el proceso de análisis hacia el propósito que este filósofo francés promovió.
Por otra parte, una grave formulación contiene el postulado cartesiano: el pensamiento existe como comprobación de una verdad y una sabiduría que provienen de una realidad objetiva que la produce: Dios. Sin embargo Dios, como pensamiento puro, inmóvil, sólo se expresa, se mueve, en la medida que lo hace quien lo aprehende, esto es, el cogito. El pensamiento aprehendido sólo tiene razón de ser en la medida que se constituye en movimiento de ese pensamiento supremo que requiere del movimiento del aprehensor para pensar.  Y si todos los caminos del pensamiento conducen necesariamente a Dios -determinismo histórico, pensamiento puro estático-, ¿qué sentido tiene el pensamiento?  ¿Que Dios actúe?
¡Pensar!  ...Pensar, ¿qué? Pensar, ¿a quién? Pensar el Pensamiento pensable, es decir, Dios. Pensar lo pensado, lo único realmente cierto y verdadero. Y en este sentido, ¿cuál sería el aporte a la Modernidad cuando la cultura europea apenas salía de la visión oscurantista y teológica del medioevo, asfixiada por una cosmovisión de interpretación teológica, dogmática, que todo lo centraba en Él? ¿Un solipsismo limitado por Dios? ¿Un bloqueo a toda otra indagación filosófica? ¿Otra razón más para la muerte de Dios?


Consultas
Descartes, Renato:
            1978. Discurso del Método. Buenos Aires: Emlacomex.
            2003. Meditaciones metafísicas. Buenos Aires: Charcas.
            2005. Meditaciones metafísicas. Trad. Peña García, Vidal. KRK Madrid: Oviedo.

Vallota, Alfredo. 2000. Textos. Preliminar cartesiano. Caracas: Instituto Internacional de Estudios Avanzados.

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