domingo, febrero 16, 2014

El poder de la ética... o la ética del poder



Marcos Fidel Barrera Morales
Capítulo del Libro Ser y poder
http://www.amazon.es/Ser-poder-Marcos-Barrera-Morales-ebook/dp/B00IM1TJIS/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1393255267&sr=8-1&keywords=ser+y+poder
Este capítulo corresponde al artículo publicado en la Revista arbitrada Lógoi, 
del Centro de Investigaciones Humanísticas y Filosóficas 
de la Universidad Católica Andrés Bello, Ucab. 
Nro. 11, 2007. Caracas, Venezuela

Resumen
Los estudios sobre la ética y su relación con el poder tienen como punto de convergencia la naturaleza humana. Cualquier definición pasa por aprehender lo humano, como también por considerar su naturaleza social. De ahí que los estudios sobre el poder y la ética también versen sobre lo societario. El riesgo de estos estudios estriba en el relativismo pues al hacerlos depender de lo antropológico, se perfilan variadas concepciones de lo humano, y todas parecieran justificar tanto una determinada ética, como también un correspondiente ejercicio del poder. Pese a esta situación, debe proseguirse el esfuerzo de radicar el sentido de lo ético en lo humano, pues nada sucede en torno a la ética y al poder que no le afecte, como, tampoco, que no tenga una explicación de origen antropológico. (Siga leyendo)


Palabras clave: ética, poder, antropología

The power of the ethics or the ethics of the power. Meditate around the ethics and the power

Abstract
Researches about ethic and its relation with power have as convergence point human nature. Any definition passes by the apprehension of human, as for considering its social nature. From there that these researches about power and ethic also has to do with society. The risk of these researches is in relativism, so, as long as it’s done, depending of the anthropologic, from philosophy many anthropologic conceptions can be used, and each one seems to justify a determined ethics, and a corresponding practice of power. However, the researcher must follow the effort of making the sense around the ethics on human, as well nothing happens around ethics and power that doesn't affect them and the fact it has no anthropologic explanation too.

Key words: ethics, power, anthropologic


Ética y poder

La ética y el poder se relacionan profundamente, de tal manera que pudiera decirse que una y otra se deben entre sí. La ética es expresión de la condición antropológica pues su estudio tiene como asidero lo humano y sus manifestaciones. El poder, por su parte, es expresión de la ética por vía de las acciones, tanto aquellas que obedecen a la libre iniciativa, como las que ocurren por ser inducidas por otros. Ética y poder, a su vez, tienen que ver con las relaciones interpersonales, con el tejido de nexos y vinculaciones que constituyen la llamada sociedad. Al estar las relaciones humanas caracterizadas por las influencias mutuas, deben ser abordadas desde el poder, pues éste tiene como uno de sus atributos, justamente, la capacidad de incidir y de producir efectos de variado matiz. Ética y poder constituyen evidencia de algo que es propio de lo humano y de lo social, mediante lo cual se aprecia tanto la presencia de lo humano como la organización de la sociedad: la relacionabilidad. Pero, cabría efectuar varias preguntas: ¿Son la ética y el poder una misma cosa? ¿Son asuntos separados? ¿Es la ética una forma de poder, es el poder una forma de ética? ¿Existe ética sin poder?

Si se acepta que la ética es expresión de la condición humana, y ésta tiene una variante social, la ética entonces se refiere a manifestaciones concretas de la condición antropológica en el plano de las relaciones interpersonales. Lo mismo pudiera decirse del poder, pues éste constituye manifestación tangible de la condición antropológica, como también de las manifestaciones sociales, lo que lleva a reconocer que el poder y la ética se tocan, tienen cosas en común, aun cuando es difícil afirmar, por lo menos para el momento, que son una misma cosa. La ética constituye la expresión del ser humano, en su complejidad, en su totalidad, por lo que estudiar previamente la condición antropológica es determinante en aras de precisar el sentido de la ética. De ahí la importancia de efectuar un acercamiento “metaético” desde la antropología filosófica a fin de precisar aspectos clave, a tener en cuenta en el estudio sobre la ética y las relaciones con el poder, siendo varios de ellos el sentido de su propia constitución (¿qué es?) y el rasgo teleológico, a la manera aristotélica (¿para qué sirve?). ¿Será, acaso, que la ética tiene sentido en la propia condición antropológica de la que emana, signada por los ideales, los valores, el impulso societario y los propósitos de realización personal y grupal? De serlo, entonces, debe asumirse que es ético todo lo que contribuye a la realización humana. Y si se advierte que el humano es un ser en relación, que se realiza en la medida de sus relaciones, entonces esa ética tiene un condicionante relacional muy importante pues equivale a sostener que la relacionabilidad -llámese colectiva, familiar, grupal, política, social- es expresión formal de la condición antropológica y, por ende, es proyección de su finalidad ética.

Esta situación conlleva aspectos relativos a la capacidad de influir, pues relación implica también posibilidad de afectar a otros, de establecer coordenadas conjuntas como también creación de experiencias sociológicas determinadas justamente por la capacidad relacional. ¿Y qué es esto sino poder? Poder como potencialidad para afectar, como facultad para incidir en los demás, para propósitos de variada índole; poder para propiciar acciones conjuntas, como también para impedir acciones con otros.
Ética y poder van de la mano, se tocan de manera evidente y pueden confundirse, Pero, ¿qué los distingue? Pues el que la ética proyecta el ser en cuanto tal, en su intimidad antropológica, lo que la hace esencial, de ahí la importancia de los estudios éticos en la antropología filosófica. Y el poder, por su parte, tiene que ver con los efectos de la ética, con las manifestaciones y las consecuencias de la ética antropológica en el plano de las relaciones interpersonales. Dicho de otra manera, la ética atendería lo que debe ser, y el poder correspondería a los efectos de este deber ser. Pudiera pensarse que el poder y la ética presentan relaciones de subordinación, que el poder depende de la ética, al ser el poder su evidencia a través de las relaciones… Si el poder es expresión de la ética, ¿es el poder la medida de la ética?, ¿es el poder la consecuencia de la ética?, ¿es el poder ético en sí mismo?, ¿todo poder es “ético”?

Si el poder es manifestación de la condición ética, decir que todo poder es “ético” exigiría efectuar reflexiones complementarias. Si bien el poder puede ser aceptado como manifestación de la ética, la medida de la ética del poder estaría dada en la correspondencia entre ese poder, su ejercicio, su manifestación, con la condición antropológica de la cual emana tanto el poder como la afirmación ética. En otras palabras, si y sólo si el poder que se ejerce está en correspondencia con la visión antropológica que lo origina pudiera decirse que el poder es ético. Visto esto, el dilema llamado a resolver el sentido de la ética mayor o menor del poder está en relación con la antropología filosófica, desde donde debe explicarse la ética del poder según la concepción de humano desde la cual se origina tanto la teorética como la pragmática de dicho poder. Asunto éste por lo demás complicado por aquello de que, de acuerdo al concepto del ser humano, se expresa el sentido de lo ético y, en consecuencia, del poder. Llegada aquí la reflexión se observa que el riesgo del relativismo es evidente, porque bastaría entonces apelar a la hermenéutica para desde allí justificar cualquier interpretación de lo humano. El relativismo produce confusión pues, como lo comenta Bernard Williams, en La ética y los fines de la filosofía, 1991: 199),
Su objetivo es tomar los puntos de vista, las perspectivas o las creencias que aparentemente se contradicen entre sí, para darles a todos un tratamiento que evite el conflicto: debidamente ubicado cada punto de vista resulta aceptable. El problema es encontrar una forma de hacer esto, en particular la de poder determinar el puesto que le corresponde a cada creencia o punto de vista[1].
Esto es lo que hace que tanto la ética como los estudios del poder (poderología) se compliquen, pues hacerlo depender de una noción, cualquier noción de lo humano, hace difícil el juicio, como también complica diferenciar tanto el sentido de la ética, como también la ética del poder y el poder de la ética. Así lo advierte Natalio Kisnerman, en Ética, ¿un discurso o una práctica social? (2001: 116): “Teniendo en cuenta que una determinada interpretación ética lleva consigo una determinada práctica social, el ejercicio del poder […] o la imposibilidad de ejercerlo, definen hoy en gran medida la moralidad o inmoralidad del acto ético”[2].

¿Qué queda entonces? ¿Cuál camino seguir? Pues el originario, a la manera del eterno retorno, el de buscar en las raíces más profundas del humano el sentido del sí mismo y, en consecuencia, de la ética y del poder: desentrañar desde la esencialidad antropológica el sentido de la ética, de lo eminentemente ético, para luego bosquejar la esencia del poder, y converger hacia la teorética del poder que honre justamente ese origen humano. Para apreciar la complejidad de este asunto, a título de ejemplo, se pueden tomar cuatro acercamientos antropológicos:

Primero. Desde las binariedades dicotómicas, si el humano es aceptado como cuerpo y alma, la ética pudiera ocuparse del alma (el  razonamiento, la abstracción, las ideas, el juicio, la espiritualidad…), y el poder de la corporeidad (por extensión, el trabajo, la sociedad, las relaciones, la emocionalidad, la producción…). De esta forma, ética y poder estarían separados, se ocuparían de cosas distintas, no pudiendo entonces la ética interpelar al poder pues éste seguiría un camino signado por los imperativos, las acciones y la historicidad y aquélla atendería la conciencia, la reflexión, la abstracción… y el más allá.

Segundo. La segunda visión antropológica pudiera estar expuesta desde la binariedad de cuerpo y mente: la ética está en concordancia con la mente, y por su intermedio de la tarea de pensar, de abstraer, del raciocinio y de las operaciones lógico-abstractivas; el poder, por su parte, del cuerpo: la dominación, las pasiones, la práctica, el sometimiento, el gobierno. Uno y otro se pueden ayudar pero son distintos, cada uno atiende a lo suyo y justifica propósitos a veces disímiles, debido a la constitución a partir de dos naturalezas distintas. 
A partir de aquí se comprende cuál es la estructura de la ética moderna. La estructura de la moralidad reside en el ser humano en tanto que racional. Ser racional es ser capaz de proponerse fines. La tesis moderna es que la naturaleza no es teleológica, sino más bien se rige por leyes estocásticas, basadas en el principio de ensayo y error (Diego Gracia, en Ética de los confines de la vida. 2003: 39)[3].
Tercero. Otra opción antropológica para comprender este ejercicio relacional entre ética y poder, de acuerdo a las persovisiones, pudiera ser vista desde las concepciones monistas, tomando en este caso el materialismo. Si el humano tiene como fundamento la materialidad, entonces no existe otro fin que el material y todo lo que se proponga a nivel de ideas, valores y propósitos están en ese plano material. El poder, por supuesto, es extensión material de la condición material que obedece a fines materiales, por lo que la medida del mismo está en los cambios y en el progreso de la materialidad. Bajo esta premisa no existe diferencia entre teoría y praxis, por lo que ética y poder están estrechamente relacionados: ser material, ética material, poder material, unidad de principios, de acciones y de metas, todo bajo una sola comprensión.

Cuarto. Se trata de entender los dilemas de la ética y del poder, en este caso, desde la libertad: el humano, un ser por la libertad, para la libertad. Siendo su origen producto de decisiones libérrimas, en alusión a los contenidos de Lumen gentium, el sentido antropológico lo determina su libertad y esto lo lleva a situarse en permanente posibilidad de elegir, de actuar, lo que llevaría a entender que la ética constituye la propensión para la libertad, constituyendo el poder la evidencia de esa libertad. El poder como constatación de la libertad. Si el ser humano es un ser para la libertad, y está abocado a ser libre, cualquier situación que restrinja esta condición debe ser rechazada, lo que hace del poder la herramienta ideal mediante la cual se toman decisiones y desde la cual se realizan acciones justificadas por el ansia de libertad, ansia que supera la condición antropológica pues el estado de mayor libertad –dada la evidente finitud antropológica- se encuentra una vez que se supere la finitud y esto se obtiene con la muerte. De ahí que libertad y la muerte constituyan elementos fundamentales del discurso del poder -bajo esta comprensión-, que descubre en la muerte la posibilidad suprema de liberación. Realización post mortem, a plenitud.

He aquí esbozada, a partir de las anteriores consideraciones, la complejidad del asunto con respecto a que si el dilema antropológico constituye la piedra de toque de la reflexión sobre las relaciones entre poder y ética. Según parece, no es una determinada persovisión la llamada necesariamente a clarificar tanto el sentido de la ética como del poder; no son los modelos de la antropología filosófica los llamados a dar respuesta, como tampoco lo es la hermenéutica, pues por esta vía cualquier cosa se terminaría por aceptar. Sin embargo -paradoja más que aporema-, sigue siendo a través del acercamiento hacia la condición antropológica cómo se descubre el sentido tanto de la ética como del poder (aunque otrora se ensayaron caminos distintos al antropológico, como fueron los teológicos y los sistémicos, que derivaron hacia prácticas éticas y de poder opresivas, o demasiado orientadas hacia formalismos y leyes).

Pudiera ser que el camino para redescubrir el sentido de la ética y de la significación del poder y de sus categorías, guiados por el camino griego, sea el aceptar que el humano como humano sólo debe aspirar a tener fines humanos -ni divinos ni terrenos-, fines que permitan descubrir el sentido profundo de la condición antropológica, bajo una noción integrativa que permita valorar la esencialidad humana, con vocación trascendente, evitando los riesgos del materialismo y del consumismo, como también las posposiciones históricas hacia tiempos por venir, que nunca llegarán. De ahí que una antropología con rasgos integrativos        –“integral” como lo advierte Jacques Maritain (Humanismo integral, 1976)[4] y como lo expusieron otros filósofos en sus momentos- pudiera ayudar a encontrar claves ético-antropológicas, tales como las siguientes:

a. El humano es, tiene existencia, como tal se manifiesta, y esta manifestación corresponde a su condición ética. Lo ético no corresponde a una categoría sino a una valoración explícita de lo humano, por medio de lo cual se reconoce. El humano es expresión de ideas, valores, actitudes, inquietudes y de estados de conciencia. Al reiterarse que el humano es ético, se advierte que esta expresión va más allá de simples propósitos nominalistas, pues no todo lo que haga o diga necesariamente es “ético” porque la condición ética está determinada por múltiples factores, entre ellos la motivación, la intencionalidad, las acciones, las consecuencias, los métodos.
Un valor no es un objeto, no es una cosa, no es una persona, sino que está en la cosa (un hermoso paisaje), en la persona (una persona solidaria), en una sociedad (una sociedad respetuosa), en un sistema (un sistema económico justo), en las acciones (una acción buena) [sic] (Adela Cortina, en El mundo de los valores: 2003: 33). ([5]

b. El humano es un ser de relaciones, establece vínculos y crea sociedad. Esta característica hace que la experiencia relacional sea fundamentalmente ética o, mejor dicho, la relacionabilidad y la sociabilidad expresan un contenido ético característico de quienes protagonizan esa experiencia relacional.
c. La ética, al constituir una manifestación antropológica en contextos donde unos y otros se influyen, hace de las relaciones interpersonales expresiones formales de poder. El poder se manifiesta como constante, como variable fundamental, y adquiere formas extraordinarias cuando se expresa como estructura, como gobierno, como normas y como ley. La evidencia del ser es la ética, y la constancia de la ética es el poder. Este aspecto, más que ser especulativo, se expresa en hechos concretos, y se reconoce como ética del poder, caracterizada por las relaciones de todo tipo y de variada influencia. Un poder sustentado en las relaciones, como lo describió Michael Foucault (La verdad y las formas jurídicas, 1991: 169), en variadas oportunidades: “dentro de una sociedad, existen relaciones de poder extraordinariamente numerosas y múltiples, colocadas en diferentes niveles, apoyándose unas sobre las otras y cuestionándose mutuamente”[6].

d. El humano tiene como imperativo ético la libertad. La libertad implica responsabilidad, primero la de ser libre y segundo la de crear condiciones relacionales para vivir la libertad con base en la naturaleza social. Esto hace que la libertad sea también compartida. Esta condición la expone Gilles Lipovetsky (El crepúsculo del deber, 2000: 209), como condición del pensamiento contemporáneo:
El principio de responsabilidad aparece como el alma misma de la cultura postmoralista. Si bien las llamadas a la responsabilidad no pueden separarse de la valorización de la idea de obligación moral, tienen la característica de no predicar en absoluto la inmolación de uno mismo en el altar de los ideales superiores: nuestra ética de la responsabilidad es una ética “razonable”, animada no por el imperativo de abandono de los propios fines, sino por un esfuerzo de conciliación entre los valores y los intereses, entre el principio de los derechos del individuo y las presiones de la vida social, económica y científica[7].
e. La condición ética apunta al bien, a la manera aristotélica que recuerda que el bien es aquello hacia lo cual todo tiende. El bien se constituye en la medida de la ética, siendo el dominio del bien un propósito personal y colectivo. Lo anterior obliga a considerar el poder como supeditado a este propósito, como también a afinar su sentido teleológico en el terreno social: es el bien y sólo el bien la medida del poder. Esta visión deja expuesta la relación abierta entre ética, poder y los límites de los dos, pues “mientras más grande, más absoluto sea el bien que se posea, la felicidad correrá la misma suerte” (Víctor Rodríguez; Edwin Horta: Ética general. 2006:114).[8]

A manera de conclusión

La ética y el poder tienen como principio, centro y fin el dilema antropológico. Como tales, se manifiestan como constante: donde hay presencia humana se puede considerar la ética, y donde esté presente la ética, entonces, se puede hablar de poder. Ética y poder son manifestaciones de una misma naturaleza: la humana. El dilema ético y el dilema del poder se explican mejor desde la antropología filosófica pues el problema estriba en la noción antropológica desde la cual parten. Esto hace que la reflexión sobre ética y el poder pase por un tránsito difícil al tener que adentrarse por el terreno de los modelos, y de éste al de la interpretación. Pese a esto, debe primar sobre todo el efecto antrópico: la reflexión sobre la ética y sobre el poder tiene su explicación en la antropología, lo que obliga a efectuar algunas consideraciones a tener en cuenta a la hora de precisar los aspectos que tienen que ver con la ética y el poder, tales como el efecto antropocéntrico, la condición relacional, la sociabilidad y la orientación final de la ética y del poder. Lógicamente, este propósito ni resume el tema, ni lo agota, sino que simplemente lo actualiza pues tanto la ética como el poder seguirán siendo urgidos en cada época, a fin de precisar qué se entiende por ellos, quiénes la protagonizan, cuál es su ontología, cómo se relacionan y cuál es su sentido final. ¿Eso hace estéril el esfuerzo presente? Pues no, porque existe de todas maneras relación entre las reflexiones de ayer con las de hoy y éstas con las futuras. Sea cual sea el momento de efectuarlas, tendrán sentido por los antecedentes, por el presente que encarnen, como también por el futuro que contengan. Pero especialmente por la ética y por el sentido de poder que los propósitos reflexivos representan.



[1] Bernard Williams: La ética y los fines de la filosofía, Caracas, Monte Ávila, 1991, p. 199
[2] Natalio Kisnerman: Ética, ¿un discurso o una práctica social?, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 116
[3] Diego Gracia: Ética de los confines de la vida, Bogotá, El Búho, 2003, p. 39
[4] Cfr. Jacques Maritain: Humanismo integral, Barcelona, 1976
[5] Adela Cortina: El mundo de los valores, Bogotá, El Búho, 2003, p. 33
[6] Michel Foucault: La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1991, p. 169
[7] Gilles Lipovetsky: El crepúsculo del deber, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 209
[8] Víctor Rodríguez; Edwin Horta: Ética general, Bogotá, Ecoe/ Universidad Católica de Colombia, 2006, p. 114

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