domingo, septiembre 16, 2018

El sentido de las cosas


El sentido de las cosas


Marcos Fidel Barrera Morales

A la manera de los vectores, dirección, sentido, propósito, orientación…


El sentido que cada quien otorga a las cosas está definido por la valoración que hace de sucesos, eventos, situaciones, también de personas, efectos y objetos. La significación que cada quien da a algo está determinada, además, por la incidencia que el aspecto en consideración produce en el protagonista, en sus allegados y contexto. En este caso está presente la valoración por causalidad.
Existe, también, el aprecio por las cosas derivado de la afectividad y aquel interés arraigado en las emociones. Lugar de privilegio presenta el apego a hechos, situaciones y procesos de orden lógico, racional, abstractivo. De igual manera existen ciertos atractivos que vinculan las preferencias con lo insondable, lo mistérico, lo ignoto.

Degradé
Es indudable que el aprecio de los hechos, situaciones y eventos presenta grados de valoración en cada quien. Si se prefiere, pueden identificarse intensidades, magnitudes. Por esto, en oportunidades, algunas circunstancias son objeto de atención inmediata y otras son relegadas a última instancia, a veces con desdén. Esto no impide que -para algunas personas con respecto a otras-, la valoración de eventos similares esté mediada por consideraciones aparentemente divergentes. Esto ocurre porque la apreciación y la repercusión de los acontecimientos en cada quien pertenece al fuero interno, pues toca sensibilidades, experiencias, también sentimientos e imaginarios. Ni se diga del impacto en la racionalidad, amén de las prospecciones que cada suceso anticipa.
Comprender la variación de los motivos que determinan un cierto aprecio, de igual manera que tener en cuenta las implicaciones de los eventos, corresponde a una manera inteligente de precisar formas de motivar cambios actitudinales, a fin de propiciar que lo importante sea visto como crucial, lo significativo sea aceptado de la misma forma y lo netamente esencial sea siempre tenido en cuenta, así, justamente por estar profundamente enraizado en lo constitutivo. Si se da importancia a lo realmente importante se soslaya el riesgo de trivializar lo esencial, a la vez que se evita magnificar lo irrelevante.
 Puede admitirse que pese a los buenos propósitos derivados de la intencionalidad y de las prioridades que cada quien instituye, está presente siempre una inquietud que obliga a toda persona interesada en este tipo de modificaciones a ser cuidadosa. Esto pasa por dilucidar aspectos como el relativo a ¿qué hace que lo que se considera esencial, prioritario e importante, lo sea realmente? O, en casos extremos, ¿existe algo realmente importante? Estas inquietudes cada quien las responde a su manera. Tienen que ver con el modo personal, sin ignorar que diversas valoraciones devienen del histórico cultural, otras provienen del campo de las ideologías, igual que otras son producto de las religiones y otras, más sutiles, anidan en algo llamado cultura. Y tal vez, de manera significativa, debe considerarse que el aprecio por los acontecimientos –tanto los existentes como los originados por las decisiones que cada quien toma-, obedecen a respectivas escalas de valores.

Decisiones
El énfasis en la posibilidad de que en cada quien ocurran valoraciones representativas de las acciones y de los eventos lleva a reconocer que de la determinación de las prioridades dependen, en consecuencia, las decisiones. A su vez, toda valoración puede facilitar el ejercicio de entender el porqué de las motivaciones y, por ende, de las ejecuciones. Esto lleva a admitir que los estilos personales de vida son expresión de las preferencias que cada quien expresa, cosa esta que por lo regular se confunde con decisión, pues, como se sabe, toda decisión conlleva la acción –de otra forma sería mera intención, simple manifestación de deseo-.
La lógica del argumento, entonces, lleva a tener en cuenta la profunda influencia que tienen -en la debida valoración de los sucesos-, los estados anímicos, la propensión marcada por las actitudes, el patrón cultural, los sesgos ideológicos, de igual manera que las maneras particulares de situarse cada quien ante los demás y el mundo. Esto, porque la precisión del sentido de las cosas obedece a una complejidad de tal magnitud que hace que el propósito de justipreciar y, a la vez, de dirimir, se desarrolle en el campo de las posibilidades abiertas, de la incertidumbre y de las potencialidades. Sin dejar de notar que cuando se adquiere la costumbre, también la práctica de las valoraciones y, en consecuencia, de las decisiones, las cosas acaecen en una considerada normalidad. Normalidad susceptible, en cualquier eventualidad, de convertirse en caos.

San Gil, 14 de septiembre de 2018