El sentido de las
cosas
Marcos Fidel Barrera Morales
A la manera de los vectores, dirección, sentido, propósito,
orientación…
El sentido que cada quien otorga a las cosas está definido por la
valoración que hace de sucesos, eventos, situaciones, también de personas,
efectos y objetos. La significación que cada quien da a algo está determinada,
además, por la incidencia que el aspecto en consideración produce en el
protagonista, en sus allegados y contexto. En este caso está presente la valoración
por causalidad.
Existe, también, el aprecio por las cosas derivado de la afectividad y aquel
interés arraigado en las emociones. Lugar de privilegio presenta el apego a hechos,
situaciones y procesos de orden lógico, racional, abstractivo. De igual manera
existen ciertos atractivos que vinculan las preferencias con lo insondable, lo
mistérico, lo ignoto.
Degradé
Es indudable que el aprecio de los hechos, situaciones y eventos
presenta grados de valoración en cada quien. Si se prefiere, pueden
identificarse intensidades, magnitudes. Por esto, en oportunidades, algunas
circunstancias son objeto de atención inmediata y otras son relegadas a última
instancia, a veces con desdén. Esto no impide que -para algunas personas con
respecto a otras-, la valoración de eventos similares esté mediada por
consideraciones aparentemente divergentes. Esto ocurre porque la apreciación y
la repercusión de los acontecimientos en cada quien pertenece al fuero interno,
pues toca sensibilidades, experiencias, también sentimientos e imaginarios. Ni se diga
del impacto en la racionalidad, amén de las prospecciones que cada suceso anticipa.
Comprender la variación de los motivos que determinan un cierto aprecio,
de igual manera que tener en cuenta las implicaciones de los eventos, corresponde
a una manera inteligente de precisar formas de motivar cambios actitudinales, a
fin de propiciar que lo importante sea visto como crucial, lo significativo sea
aceptado de la misma forma y lo netamente esencial sea siempre tenido en cuenta,
así, justamente por estar profundamente enraizado en lo constitutivo. Si se da importancia a lo
realmente importante se soslaya el riesgo de trivializar lo esencial, a la vez
que se evita magnificar lo irrelevante.
Puede admitirse que pese a los
buenos propósitos derivados de la intencionalidad y de las prioridades que cada
quien instituye, está presente siempre una inquietud que obliga a toda persona
interesada en este tipo de modificaciones a ser cuidadosa. Esto pasa por
dilucidar aspectos como el relativo a ¿qué hace que lo que se considera esencial,
prioritario e importante, lo sea realmente? O, en casos extremos, ¿existe algo
realmente importante? Estas inquietudes cada quien las responde a su manera.
Tienen que ver con el modo personal, sin ignorar que diversas valoraciones devienen
del histórico cultural, otras provienen del campo de las ideologías, igual que otras
son producto de las religiones y otras, más sutiles, anidan en algo llamado
cultura. Y tal vez, de manera significativa, debe considerarse que el aprecio
por los acontecimientos –tanto los existentes como los originados por las
decisiones que cada quien toma-, obedecen a respectivas escalas de valores.
Decisiones
El énfasis en la posibilidad de que en cada quien ocurran valoraciones
representativas de las acciones y de los eventos lleva a reconocer que de la
determinación de las prioridades dependen, en consecuencia, las decisiones. A
su vez, toda valoración puede facilitar el ejercicio de entender el porqué de
las motivaciones y, por ende, de las ejecuciones. Esto lleva a admitir que los
estilos personales de vida son expresión de las preferencias que cada quien expresa,
cosa esta que por lo regular se confunde con decisión, pues, como se sabe, toda decisión conlleva la acción –de otra
forma sería mera intención, simple manifestación de deseo-.
La lógica del argumento, entonces, lleva a tener en cuenta la profunda
influencia que tienen -en la debida valoración de los sucesos-, los estados
anímicos, la propensión marcada por las actitudes, el patrón cultural, los
sesgos ideológicos, de igual manera que las maneras particulares de situarse
cada quien ante los demás y el mundo. Esto, porque la precisión del sentido de
las cosas obedece a una complejidad de tal magnitud que hace que el propósito
de justipreciar y, a la vez, de dirimir, se desarrolle en el campo de las posibilidades abiertas, de la
incertidumbre y de las potencialidades. Sin dejar de notar que cuando se
adquiere la costumbre, también la práctica de las valoraciones y, en
consecuencia, de las decisiones, las cosas acaecen en una considerada
normalidad. Normalidad susceptible, en cualquier eventualidad, de convertirse
en caos.
San Gil, 14 de
septiembre de 2018
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