viernes, enero 19, 2018

Formación de investigadores



Formación de investigadores


Marcos Fidel Barrera Morales



Palabras con motivo del cierre del XX diplomado Introducción a la ciencia, la investigación y la metodología, del Programa para la formación de investigadores, tutores y asesores del Centro Internacional de Estudios Avanzados, Ciea Sypal

 
Es importante comprender que la actividad científica está en consonancia con la naturaleza humana: se nace, se es, se vive gracias a la capacidad de indagación y, en consecuencia, al saber, al conocimiento que esta actividad provee. La facultad cognoscitiva, la inteligencia y toda la integralidad humana expresan de variadas maneras esta real condición: la del humano buscador, investigador y, en consecuencia, conocedor.

Investigar, siempre. Conocer en consecuencia.
Este elogio naturalista, a veces más biologicista, no es suficiente si no se acompaña esta propensión facultativa antropológica –a investigar-, con esfuerzos adicionales, con prácticas que estimulen, que orienten, que capaciten y entrenen a cada quien en el campo de las perspicacias intelectuales, en las posibilidades del conocimiento. En el fascinante mundo del saber. De ahí la importancia de los procesos, de los métodos, de las técnicas, de los procedimientos, amén de las exigencias, la formación y la consabida praxis.

Investigar lleva implícito conocer. Y el conocimiento produce saber, con rasgo de sabiduría. Es una forma magistral, a su vez, de ejercer la libertad. Sin embargo, el conocimiento tiene, a su vez, algo que lo hace frágil y fuerte: corre el riesgo de morir, puesto que todo saber, por lo regular, está en correspondencia con las personas, el tiempo, la ocasión, los recursos, las técnicas. Por ello, se puede advertir que la oportunidad de conocer tiene fecha de expiración. Pero así como corre este riesgo, el de la obsolescencia, también tiene algo extraordinario: el saber induce nuevo saber, conduce a nuevo conocimiento. Es el imperativo de la ciencia.

Aún más, el saber tiene sentido, en muchas oportunidades, por la posibilidad que este entraña de su propia superación. Esto produce admiración y susto. Admiración, puesto que el conocimiento, entonces, se entiende que también es de oportunidad: debe aprovecharse, conocerse cuando se tiene, cuando corresponde. Y susto, porque una vez comprendido, una vez que el conocimiento se incorpora a los saberes, se diluye, se pierde y da pie a nuevas maneras, diversas formas, cuando no conocimientos.

Lo anterior conduce a una reflexión de importancia: el saber se presenta, está ahí, además se produce, y su valor está, en consecuencia, ligado a la oportunidad en el que este emerge. Pasado este momento, superada la oportunidad otro saber lo complementa. También, lo sustituye. Por ello, el camino que se revela es impresionante: toca indagar todo el tiempo, ir en pos de los aprendizajes, a toda hora. Vivir la dimensión científica, soportada en la investigación, en todo momento y circunstancia. De lo contrario, las miradas se hacen única y exclusivamente retrospectivas, signadas por la nostalgia. Al respecto, si bien es cierto que la nostalgia siempre está presente, en materia científica es tal vez más importante la añoranza por el conocimiento que está por venir, que por aquel que en un tiempo se tuvo.

La búsqueda del conocimiento que está por sucederse está matizada de incertidumbre, es cierto, pero está soportada sobre el esfuerzo de cada quien y de las comunidades e instituciones científicas. La seguridad de tal tarea está determinada por la convicción de que, sin saber exactamente cuál es el conocimiento que está por sucederse, indudablemente surge. Para ello, el cruce de información, la disciplina, la honestidad intelectual, la persistencia y el esfuerzo, son siempre necesarios.

¿En dónde radica la recompensa? Ya se dijo: en el saber, en más conocimiento, en la posibilidad de seguir conociendo. Todo esto se traduce como experiencia, vocación y realización.

Marcos Fidel Barrera Morales
Bogotá, 19 de enero de 2018

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