Formación de investigadores
Marcos Fidel Barrera Morales
Palabras con motivo del cierre
del XX diplomado Introducción a la ciencia, la investigación y la metodología, del Programa para la formación de investigadores,
tutores y asesores del Centro Internacional de Estudios Avanzados, Ciea Sypal
Es importante comprender
que la actividad científica está en consonancia con la naturaleza humana: se
nace, se es, se vive gracias a la capacidad de indagación y, en consecuencia,
al saber, al conocimiento que esta actividad provee. La facultad cognoscitiva,
la inteligencia y toda la integralidad humana expresan de variadas maneras esta
real condición: la del humano buscador, investigador y, en consecuencia,
conocedor.
Investigar, siempre. Conocer en consecuencia. |
Este elogio naturalista,
a veces más biologicista, no es suficiente si no se acompaña esta propensión
facultativa antropológica –a investigar-, con esfuerzos adicionales, con
prácticas que estimulen, que orienten, que capaciten y entrenen a cada quien en
el campo de las perspicacias intelectuales, en las posibilidades del
conocimiento. En el fascinante mundo del saber. De ahí la importancia de los
procesos, de los métodos, de las técnicas, de los procedimientos, amén de las
exigencias, la formación y la consabida praxis.
Investigar lleva
implícito conocer. Y el conocimiento produce saber, con rasgo de sabiduría. Es
una forma magistral, a su vez, de ejercer la libertad. Sin embargo, el
conocimiento tiene, a su vez, algo que lo hace frágil y fuerte: corre el riesgo
de morir, puesto que todo saber, por lo regular, está en correspondencia con
las personas, el tiempo, la ocasión, los recursos, las técnicas. Por ello, se
puede advertir que la oportunidad de conocer tiene fecha de expiración. Pero
así como corre este riesgo, el de la obsolescencia, también tiene algo
extraordinario: el saber induce nuevo saber, conduce a nuevo conocimiento. Es
el imperativo de la ciencia.
Aún más, el saber tiene
sentido, en muchas oportunidades, por la posibilidad que este entraña de su
propia superación. Esto produce admiración y susto. Admiración, puesto que el
conocimiento, entonces, se entiende que también es de oportunidad: debe
aprovecharse, conocerse cuando se tiene, cuando corresponde. Y susto, porque
una vez comprendido, una vez que el conocimiento se incorpora a los saberes, se
diluye, se pierde y da pie a nuevas maneras, diversas formas, cuando no conocimientos.
Lo anterior conduce a una
reflexión de importancia: el saber se presenta, está ahí, además se produce, y
su valor está, en consecuencia, ligado a la oportunidad en el que este emerge.
Pasado este momento, superada la oportunidad otro saber lo complementa.
También, lo sustituye. Por ello, el camino que se revela es impresionante: toca
indagar todo el tiempo, ir en pos de los aprendizajes, a toda hora. Vivir la
dimensión científica, soportada en la investigación, en todo momento y
circunstancia. De lo contrario, las miradas se hacen única y exclusivamente
retrospectivas, signadas por la nostalgia. Al respecto, si bien es cierto que
la nostalgia siempre está presente, en materia científica es tal vez más
importante la añoranza por el conocimiento que está por venir, que por aquel
que en un tiempo se tuvo.
La búsqueda del
conocimiento que está por sucederse está matizada de incertidumbre, es cierto,
pero está soportada sobre el esfuerzo de cada quien y de las comunidades e
instituciones científicas. La seguridad de tal tarea está determinada por la
convicción de que, sin saber exactamente cuál es el conocimiento que está por sucederse,
indudablemente surge. Para ello, el cruce de información, la disciplina, la
honestidad intelectual, la persistencia y el esfuerzo, son siempre necesarios.
¿En dónde radica la
recompensa? Ya se dijo: en el saber, en más conocimiento, en la posibilidad de
seguir conociendo. Todo esto se traduce como experiencia, vocación y
realización.
Marcos Fidel Barrera Morales
Bogotá, 19 de enero de 2018
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