Proxémica
Marcos Fidel
Barrera Morales
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La proxémica se especializa en el estudio de las distancias en el contexto de las relaciones humanas. Se ocupa de valorar las condiciones, manifestaciones y efectos propios de la actividad relacional, la cotidiana y la correspondiente al quehacer deliberado e intencional que en variadas oportunidades ocurre. El asunto de la cercanía-distancia es importante, según oportunidad, protagonismo y circunstancias que acompañan cada consideración. En momentos, es el apego lo que marca la pauta, pero en variadas ocasiones es el alejamiento lo que ocupa la atención.
Los estudios sobre proxemia permiten determinar el estado de las relaciones, de igual manera que de los afectos. A su vez, es indicativa de intereses, de tendencias, y es evidencia de grados de conocimiento, ya que saber implica acercarse, cuando no distanciarse, al evento conocido o por conocer. También, es señal de prudencia, especialmente cuando corresponde a cualquier manifestación de aprecio, de solidaridad, de respeto, entre tantas implicaciones. En cada caso, tanto la precisión de la cercanía como del estar lejos, en la oportunidad en la que ocurre, son determinantes para la conformación del estado de las relaciones. Además, constituyen advertencia sobre la evolución inmediata de las interacciones.
La proxémica es constatación de un arte: el de la relación interpersonal, expresión también de artes mayores: el de ser persona y el de la constitución social. Por ello, es una práctica digna de ser atendida, pues en el análisis de la sociabilidad esta se distingue en la medida que ocurre el juego de lo cercano y de lo distante. Sin embargo, no se reduce su estudio a lo topológico, pues presenta una metafísica particular, de impronta psicológica. Por ello, personas que están físicamente cerca, pueden estar, a su vez, distantes entre sí: separados en afecto, en aprecio y en imaginarios. Y en sentido distinto, cuántas –aún estando separadas-, se perciben entrañablemente cerca. Cuántas vivencias están determinadas por la cercanía psicológica, afectiva y emocional, en medio de una separación física. Cuántos asumen relaciones -otrora lejanas, inconcebibles-, naturalmente aceptadas. Y viceversa.
Valoraciones
El estar y el sentirse bien tiene que ver con la manera como operan las distancias con respecto a quienes constituyen el todo social: familia, amistades, relaciones. A su vez, configura sinnúmero de experiencias en el contexto de las estructuraciones, de las organizaciones y de las situaciones existenciales. La proxémica, entonces, afecta toda intención y propósito relacional. Esto incluye la capacidad de valorar al próximo –al prójimo-, de apreciar a los demás y, en consecuencia, la percepción del sí mismo. En este reconocimiento está en juego la paz, la tranquilidad, la emotividad, la realización.
De las distancias trata también la identidad, amén del aprecio y el reconocimiento propios. Exceso de distanciamiento, en ocasiones, suele indicar soledad, bloqueo, rechazo, aislamiento. Abuso en la cercanía, en oportunidades, puede ser interpretado como acoso, también producir fastidio y ser entendido como presión indebida. Sin embargo, cercanía y distancia pueden representar, en la oportunidad en la que así se valora, liberación. Es que a veces la distancia es paz, tranquilidad, y en otras lo es la cercanía.
El humano vive y pervive, proxémicamente. Esta situación en apariencia es contradictoria: a veces, la queja es de soledad y, cuando se está cerca de lo que se añora, entonces, se desea la distancia; de igual manera, en oportunidades la queja es la proximidad, por lo que se desean las separaciones y, luego de ocurridas estas, emergen las quejas, las lamentaciones y el reclamo por el retorno. Esto suele ocurrir también porque hay una relación profunda entre la proxémica externa -la que refleja las condiciones de la relación con otros-, de aquella interna que ocurre psicológicamente y corresponde a la vivida por cada quien consigo mismo, como evidencia del reconocimiento propio, de la aceptación y valoración personales.
El humano, como ser de relaciones, es una entidad que vive y expresa tanto acercamientos como distanciamientos, con un riesgo muy particular: la fragilidad de esta interactividad, especialmente cuando está determinada por los estados de ánimo o por los rasgos de personalidad. Esto hace que socializar radique en el tino mediante el cual se mantienen proximidades, de igual manera que distanciamientos. Tal vez lo más importante de esta falsa binariedad radica en el cuido de las distancias, cuido que representa capacidad relacional. A través suyo se perfeccionan los afectos, por su intermedio se conoce más cada quien. La cultura de los afectos estriba en comprender tanto cercanías como distancias relacionales. De igual manera aceptar que ante ausencias innecesarias -cuando sólo corresponde a cada quien dejar el orgullo, tomar una decisión, inventar, crear, tomar la iniciativa-, la superación de ciertos problemas de afectividad y de convivencia es relativamente fácil. Por ello, en variadas oportunidades la resolución a un dilema proxémico existencial -de igual manera que los prejuicios-, se reduce a acciones elementales: efectuar una visita, cruzar la calle, tocar la puerta, dar la mano, efectuar una llamada, extender los brazos...
De las distancias trata también la identidad, amén del aprecio y el reconocimiento propios. Exceso de distanciamiento, en ocasiones, suele indicar soledad, bloqueo, rechazo, aislamiento. Abuso en la cercanía, en oportunidades, puede ser interpretado como acoso, también producir fastidio y ser entendido como presión indebida. Sin embargo, cercanía y distancia pueden representar, en la oportunidad en la que así se valora, liberación. Es que a veces la distancia es paz, tranquilidad, y en otras lo es la cercanía.
El humano vive y pervive, proxémicamente. Esta situación en apariencia es contradictoria: a veces, la queja es de soledad y, cuando se está cerca de lo que se añora, entonces, se desea la distancia; de igual manera, en oportunidades la queja es la proximidad, por lo que se desean las separaciones y, luego de ocurridas estas, emergen las quejas, las lamentaciones y el reclamo por el retorno. Esto suele ocurrir también porque hay una relación profunda entre la proxémica externa -la que refleja las condiciones de la relación con otros-, de aquella interna que ocurre psicológicamente y corresponde a la vivida por cada quien consigo mismo, como evidencia del reconocimiento propio, de la aceptación y valoración personales.
El humano, como ser de relaciones, es una entidad que vive y expresa tanto acercamientos como distanciamientos, con un riesgo muy particular: la fragilidad de esta interactividad, especialmente cuando está determinada por los estados de ánimo o por los rasgos de personalidad. Esto hace que socializar radique en el tino mediante el cual se mantienen proximidades, de igual manera que distanciamientos. Tal vez lo más importante de esta falsa binariedad radica en el cuido de las distancias, cuido que representa capacidad relacional. A través suyo se perfeccionan los afectos, por su intermedio se conoce más cada quien. La cultura de los afectos estriba en comprender tanto cercanías como distancias relacionales. De igual manera aceptar que ante ausencias innecesarias -cuando sólo corresponde a cada quien dejar el orgullo, tomar una decisión, inventar, crear, tomar la iniciativa-, la superación de ciertos problemas de afectividad y de convivencia es relativamente fácil. Por ello, en variadas oportunidades la resolución a un dilema proxémico existencial -de igual manera que los prejuicios-, se reduce a acciones elementales: efectuar una visita, cruzar la calle, tocar la puerta, dar la mano, efectuar una llamada, extender los brazos...
Evasiones
También atañe a la proxémica la tarea de apreciar, aceptar y reconocer las separaciones inevitables. Aquellas que ocurren por ley de la vida. Por ejemplo, la ruptura de relaciones, el distanciamiento entre conocidos, los procesos autonómicos de descendientes, las separaciones que en vida ocurren… La complejidad de la vida hace que las relaciones interpersonales estén determinadas por algo que parece copar el contexto de las posibilidades, como lo es la incertidumbre.
Los más esperanzadores, atenúan los dilemas de las distancias -cuando se trata de separaciones innecesarias, de igual manera con aquellas inmerecidas-, con la convicción de que tarde o temprano, en algún lugar distante –topos uranus, en el decir de los griegos-, el encuentro se hace inevitable. Sin embargo, mientras eso sucede, si es que se realiza, queda un camino: proseguir el juego de las distancias, manejar los apegos, resolver las interacciones tanto físicas como psicológicas, y disfrutar de ello. Esto, a la vez que se potencia cierta sensación de bienestar.
La proxémica, cuando se expresa como relativa armonía constituye expresión, incluso, de sanidad social. Como es extensión de la condición relacional, a la par que vivencia de estados psicológicos concretos, tanto en lo particular como en su conjunto configuran un tramado de resonancias, de magnitudes insospechadas. Por ello, las acciones y las omisiones producen efectos importantes.
La proxémica es expresión elocuente de los motivos que se tienen para existir, de las razones que motivan cualquier espera, de igual manera que los aspectos que instan al trabajo, a la producción, todo en terrenos de necesaria relación contextual. El humano es un ser para la cercanía, de igual manera que para la distancia, y saber cuándo, con quién, cómo y de qué manera se realiza una cosa o la otra, es propósito existencial de implicaciones mayores. En ello transcurren las cosas, se desarrollan los sucesos, se conforma el devenir, se delinea la existencia… se vive. Esto es, por lo demás, interesante.
Los más esperanzadores, atenúan los dilemas de las distancias -cuando se trata de separaciones innecesarias, de igual manera con aquellas inmerecidas-, con la convicción de que tarde o temprano, en algún lugar distante –topos uranus, en el decir de los griegos-, el encuentro se hace inevitable. Sin embargo, mientras eso sucede, si es que se realiza, queda un camino: proseguir el juego de las distancias, manejar los apegos, resolver las interacciones tanto físicas como psicológicas, y disfrutar de ello. Esto, a la vez que se potencia cierta sensación de bienestar.
La proxémica, cuando se expresa como relativa armonía constituye expresión, incluso, de sanidad social. Como es extensión de la condición relacional, a la par que vivencia de estados psicológicos concretos, tanto en lo particular como en su conjunto configuran un tramado de resonancias, de magnitudes insospechadas. Por ello, las acciones y las omisiones producen efectos importantes.
La proxémica es expresión elocuente de los motivos que se tienen para existir, de las razones que motivan cualquier espera, de igual manera que los aspectos que instan al trabajo, a la producción, todo en terrenos de necesaria relación contextual. El humano es un ser para la cercanía, de igual manera que para la distancia, y saber cuándo, con quién, cómo y de qué manera se realiza una cosa o la otra, es propósito existencial de implicaciones mayores. En ello transcurren las cosas, se desarrollan los sucesos, se conforma el devenir, se delinea la existencia… se vive. Esto es, por lo demás, interesante.
Caracas, 17 de abril de 2016
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